jueves, 19 de noviembre de 2015

LAS DESIGUALDADES DERIVADAS DE SER HOMBRE O MUJER

    La diferencia entre ser mujer o ser hombre viene determinada, en sentido biológico, con la dotación cromosómica del vigésimo tercer par. Pero esta pequeña diferencia se convierte en una más grande cuando situamos a la persona, tenga el sexo que tenga, en un contexto social y cultural. Es en este nuevo nivel cuando el sexo que se tenga adquiere un significado añadido, determinado por valores, costumbres, normas y referencias culturales. En este contexto la identidad femenina o masculina se construye según unos
modelos preestablecidos con unas funciones o roles sociales diferentes para una mujer o un hombre, constituyendo el género femenino o masculino.
    De este modo, la diferencia se convierte en desigualdad. Como señalaba la filósofa francesa Simone de Beauvoir (1908-1986): mujer no se nace, se llega a serlo (lo mismo podemos decir de los hombres). Este proceso constructivo, de llegar a ser hombre o mujer, es desigual y se lleva a cabo a través de una división de los espacios y las actividades atribuidas a cada género, así como una distribución del poder por géneros. De manera que las mujeres quedan históricamente relegadas al espacio privado, vinculado con la maternidad y dedicadas a las tareas del cuidado, mientras que los hombres se sitúan en el espacio público y en la actividad productiva.
    Este reparto limita tanto a hombres como a mujeres. A ellos les dirige a ser dominantes, autónomos, activos, violentos y poco afectivos; a ellas las lleva a ser sumisas, dependientes, pasivas, emotivas,... asociando unos valores diferenciadores en función del sexo que se tenga y no de la persona que se sea.
   La distribución desigual de funciones y valores se hace estructural cuando es la propia organización social quien la favorece, incluso a través de sus leyes. De este modo, la desigualdad entre los géneros puede estar sostenida por las instituciones, por ejemplo, en España hasta los años 80 las agresiones sexuales eran consideradas penalmente como atentados contra el honor, quitándoles importancia y culpabilizando a la mujer de la propia agresión.
    Hoy en día en las sociedades democráticas se lucha, desde colectivos e instituciones judiciales, políticas y educativas, contra estas desigualdades estructurales.
Existe, sin embargo, otra desigualdad más sutil cuya eliminación no depende exclusivamente de las leyes sino más bien de las actitudes y comportamientos personales. Es una desigualdad arraigada en un reparto no equitativo del poder y las funciones en las relaciones personales (en la pareja, el trabajo y la familia), favoreciendo la dominación de una parte y el sometimiento de otra. El psicoterapeuta Luis Bonino la denomina «micromachismo». Tiene que ver con el «aprovechamiento» y la acomodación masculina a los roles tradicionales de las mujeres relacionados con el cuidado de las demás personas, con la asunción de las
tareas domésticas y la renuncia al tiempo propio, así como la consideración de las mujeres como propiedad privada, a la que controlar y dominar. Muchas chicas llegan a considerar «normal» que su pareja tenga acceso a su móvil, al Tuenti, al Messenger y que le exija saber con quién habla; o que controle su forma de vestir, de comportarse, etc. Muchos chicos ven «normal» que su novia no salga con las amigas si él no está presente y se creen con licencia para criticar constantemente sus opiniones, descalificarla o amenazarla con irse con otras si no cede a su voluntad.
    La desigualdad estructural y los micromachismos son el caldo de cultivo de la violencia de género.

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